Una disculpa, queridos y amados lectores, por no escribir algo en los dos días anteriores. Pero estamos de luto en el Establo Chilango.

El domingo 9 de febrero de este 2024, llegué con los potrillos, todos vestidos de rojo y blanco, al establo de un caballo amigo, a disfrutar de una tertulia vespertina mientras cocinábamos unos buenos trozos de res al lado de la televisión para ver lo que aparentemente iba a ser un muy buen Super Bowl. Mis Chiefs iban a tratar de lograr el tricampeonato, lo cual sería una hazaña histórica, ya que ningún equipo ha logrado tres títulos consecutivos en la era del Super Bowl. Mientras tanto, las Águilas de Filadelfia buscaban la venganza tras perder hace dos años en este mismo escenario.
Todo iba muy bien. Prendimos el carbón, echamos unos tomahawks con unas longanizas y degustamos primero de una excelente comida.
Y luego comenzó la fatídica tarde…
Todos sabíamos que Kansas City iba a iniciar pateando y que probablemente se irían abajo en el marcador durante la primera mitad. Aún cuando el marcador llegó a estar 17-0, existía en mí un halo de esperanza, a pesar de que la ofensiva querida de mis Chiefs no lograba avanzar ni la distancia de un taco al pastor. Vic Fangio le estaba dando una cátedra de fútbol defensivo a Reid. Mahomes parecía (inserta aquí el nombre de cualquier QB de Chicago), y se notaba ansioso, incluso desesperado, porque la línea de cuatro de las Águilas le estaba llegando por todos lados.

Al medio tiempo, Kansas City apenas había acumulado 33 yardas por pase y solo 12 por tierra, su peor actuación en una primera mitad de Super Bowl. La ofensiva no lograba generar absolutamente nada, y Mahomes fue capturado tres veces en los primeros dos cuartos, algo que solo había ocurrido en otra ocasión en su carrera en playoffs. Mientras tanto, Filadelfia había conseguido más de 250 yardas totales y dominaba el tiempo de posesión casi 2 a 1, y casi sin usar a Barkley.
Fue un partido que me recordó la otra paliza histórica que le tumbaron a Mahomes: aquella que Brady con Tampa Bay le puso en el Super Bowl LV, cuando los Bucs ganaron 31-9. En ambas ocasiones, la línea defensiva contraria dominó tajantemente a la línea ofensiva de Kansas City, sin dejar que Mahomes tuviera más de 2 segundos por intento de pase (cuando su promedio en temporada regular suele ser de 3.1 segundos). Además, la secundaria de Filadelfia mantuvo un Cover 2 con Float de manual, cerrándole todas las opciones de pase largo a Kansas y cuidando mucho el pase corto con los linebackers. Como si eso fuera poco, los entrenadores decidieron desde temprano en el partido abandonar el juego terrestre—apenas seis acarreos en la primera mitad, como si se les hubiera perdido el playbook—lo que hizo que la defensiva de Filadelfia se enfocara aún más en presionar al QB.

El medio tiempo me pareció interesante, una especie de statement de la cultura afroamericana, comenzando con Samuel L. Jackson (¡¡actorazo!!) vestido de Uncle Sam y con Serena Williams haciendo una aparición inesperada con un bailecito que, si bien no lo hace nada mal, nos deja claro que qué bueno que se dedicó al tenis. No soy gran fan de Kendrick Lamar, pero dio un buen espectáculo en blanco y negro con tonos rojos, muy ad hoc con las letras sublevantes que suele tener su trabajo, como haciendo referencia a la sangre que existe derramada tanto en la gente blanca como negra. Y todo eso, enfrente de Trump, jeje, quien (dicen los rumores) se tomó la libertad de gastarse unos 15 millones de dólares entre seguridad y viáticos para asistir al evento. Por eso ningún otro presidente había tenido la osadía de asistir a un Super Bowl.
El tercer cuarto todavía lo iniciamos con un pequeño cuarzo en la bolsa, pensando “es Mahomes, no pasa nada.” Y efectivamente, no pasó nada…
Ya lo ocurrido en el último cuarto fue porque la defensa de Filadelfia nos dio chance. Pero ese partido podría fácilmente haber terminado 47-6. Las Águilas se sabían campeones con quince minutos de anticipación.
Por fin terminó el partido, a eso de las 21:20 horas CDMX. Rápidamente recogimos las cosas y salí huyendo, con la cola entre las patas, rumbo al establo. Decepcionado, cansado y sin ilusiones. Pero bueno, ya 40 horas después, me doy cuenta de que así pasa con las grandes dinastías del fútbol americano. Ganan unos Super Bowls y pierden otros. Así como las gelatinas de limón: unas cuajan y otras no.

Esperaré ansioso el inicio de la siguiente temporada, ilusionado de nuevo porque seguimos teniendo a Mahomes en la alineación, y a Reid, y, junto con una buena pretemporada, todo puede cambiar y la gelatina del año siguiente puede cuajar.
A esperar entonces, mientras nos aguantamos los memes que vana pulular los siguientes meses en señal de burla a nosotros los fieles aficionados a los Chiefs…