¡Bienvenidos al Cabaret 2025! Donde el brillo deslumbra, pero la realidad muerde

Este sábado, tuve la oportunidad, junto con La Yegua Amada y algunos otros queridos caballos y yeguas con los que llevo treinta años creando memorias, de visitar el Teatro Insurgentes, en donde se está presentando la versión mexicana de “Cabaret,” obra teatral que nos muestra que, aunque el mundo esté hecho un desastre, al menos que tenga buena música y mucho drama, ¿no? El musical nos recuerda que cuando todo se va al diablo, existen dos tipos de caballos: los que cantan, bailan, se maquillan y deciden tomarse una copa para no pensar en sus problemas, y los que avivan el fuego de la desgracia contagiando su pesar a todo aquel que se pare bajo su sombra, aún sin querer.
Ambientada en el Berlín de los años 30, se desarrolla dentro y alrededor de un cabaret típico de la época llamado el Kit Kat Club. Alemania es una bomba de tiempo, a punto de estallar. La economía está destruida (recordemos que es la época también de la Gran Depresión), la política es un chiste sin gracia y, mientras unos buscan diversión en los clubes nocturnos, otros están demasiado ocupados preparando discursos nacionalistas y afilando sus botas. En el Kit Kat Club, la música y la libertad sexual son una distracción perfecta, pero afuera, la realidad es otra historia que al final los alcanza. Cabaret centra la historia alrededor de Sally Bowles, una cantante que se resiste a aceptar que la realidad es más deprimente que su delineado corrido en la mañana de la cruda, y de Cliff Bradshaw, un escritor estadounidense que llega a Berlín en busca de inspiración y encuentra un crash course en política, sexo y supervivencia. Ingenuo, pero con buen corazón, se enamora de Sally y de la ciudad, sin darse cuenta de que ambos lo van a decepcionar.
Entre coreografías sensuales y el irremediablemente andrógino Maestro de Ceremonias, la obra nos pasea por un lugar donde la música es deslumbrante, la champagne burbujea, la libertad sexual retumba y la libertad parece infinita… hasta que, poco a poco, la sombra del nazismo lo consume todo. Si, Cabaret no es solo plumas y lentejuelas, es una sacudida con guante de seda.

Los personajes: Protagonistas en caída libre interpretadas por verdaderas estrellas de la actuación
- Sally Bowles: Interpretada por Itatí Cantoral, Sally es la diva caótica, casi tóxica, del Kit Kat Club. Una cantante británica que vive como si el mañana no existiera… porque para ella, realmente no existe. Talento de sobra con un sentido común que deja mucho que desear, es un personaje que acabas amando gracias a la voz de Itatí. Es un personaje fascinante por su aparente incapacidad de tomar la vida en serio, viviendo una eterna ilusión, cuando en el fondo sabe que es en realidad más efímera que el mismo Kit Kat Club. Su carisma en innegable, y su inmadurez y negación de la realidad la hacen una mujer atrapada en una fiesta que se niega a admitir que ya terminó. (Update: Itati está por salir de la obra, y dejarle a su reemplazo un gran paquete)
- Cliff Bradshaw: Gustavo Egelhaaf le da vida a nuestro inocente escritor, quien desde el inicio de la obra nos muestra su carácter confianzudo. Distraído, cree que está explorando Berlín en búsqueda de un tema para su novela, pero en realidad la ciudad – o a lo mejor el Kit Kat Club – la que lo está devorando vivo. Egelhaaf logra mostrarnos al ciudadano promedio que prefiere ignorar las señales de advertencia hasta que es demasiado tarde. La evolución del personaje es convincente. Mantiene su pasividad hasta que se marcha de Berlín como un joven cambiado que no cambió nada en su entorno. Esa pasividad es la que logra que su arco sea trágico: es el reflejo de todos los que vieron el desastre venir, pero no supieron (o quisieron) hacer algo al respecto.
- El Maestro de Ceremonias (aka el Emcee): el dueño del escenario y del sarcasmo más filoso del cabaret. No tiene nombre porque no lo necesita. Se ríe con el público, se burla de todo, pero sus chistes empiezan a sonar cada vez más incómodos mientras la historia avanza. Además, su ambigüedad de género y su actitud irreverente lo convierten en una figura desafiante para la moral conservadora de su tiempo (y todavía del nuestro). Flavio Medina le da vida a este personaje, posiblemente el más intrigante de la obra. Logra darle vida festiva a un Emcee que se va convirtiendo en un espejo distorsionado de la sociedad, siniestralizándose mientras lo de afuera se siniestraliza. Me parece que está ahí para recordarnos que la alegría, la decadencia, la libertad y la tragedia pueden convivir en el mismo escenario.
- Fraulein Schneider y Herr Schultz: Una tierna pareja mayor que nos recuerda que el amor no siempre gana. Fraulein Schenider, a quien Anahí Allue le da su voz, es el pragmatismo personificado. Una mujer mayor que considera que los ideales no pagan la renta, y que mantiene una relación íntima con Herr Schultz (Luis Miguel Lombana), un buen hombre en el peor momento posible. El miedo al régimen nazi obliga a Fraulein Schneider a tomar una decisión dolorosa, mostrándonos a todos lo que la resignación y supervivencia significan, y a su vez convirtiéndose en un personaje sumamente humano y desgarrador. Por su lado, Herr Schultz es dulce, amable, esperanzador, lo que hace que su destino implícito sea aún más devastador, porque su optimismo y creencia en que su identidad alemana lo protege de su identidad judía lo convierte en un símbolo de ingenuidad de representando a muchos judíos de la Alemania de los 30s.
- Ernst Ludwig: Y aquí entra nuestro personaje clave, el parteaguas de la realidad de la sociedad contra la ficción del Kit Kat Club. Ernst es el típico tipo simpático, sonriente, casi encantador, el que te invita a cervezas y te ayuda con trámites… hasta que te das cuenta de que su membresía en el partido nazi viene con más beneficios de los que quisieras saber. Al principio, parece solo un buen amigo de Cliff, el cuate que le da la bienvenida a Berlín, le muestra la ciudad, y le ofrece una mano amiga a la par de oportunidades. Pero su amabilidad esconde algo mucho más siniestro: él es la representación de cómo el nazismo no apareció de la nada, sino que fue creciendo con la complicidad de ciudadanos comunes que sin darse cuenta cooperaron para que tomara el control. Cuando Cliff descubre la verdadera ideología de Ernst, ya es demasiado tarde. Ernst no es un monstruo de historieta, es mucho peor: es el tipo de persona real que permitió que la historia tomara un giro aterrador. Armando Arrocha le presta su cuerpo a este amargo personaje, y gracias a su interpretación empiezas queriendo tener un amigo como él. Pero el exclamar del público al descubrir la suástica en su brazo es inigualable, resonando por todo el foro y dejando un velo de incredulidad y enojo con Ernst, porque Arrocha logra vernos la cara a todos en la audiencia.

Cada personaje en Cabaret representa un aspecto de la sociedad de la época: la negación (Sally), la indiferencia (Cliff), la complicidad (Ernst), la resignación (Schneider) y la esperanza frágil (Schultz). Juntos, forman un retrato crudo y atemporal de lo que sucede cuando la gente prefiere seguir bailando en lugar de enfrentar la tormenta que se avecina.
Si Cabaret sigue montándose después de casi 60 años, no es solo por sus icónicas canciones o su innegable atractivo visual, sino porque sigue siendo una advertencia que nunca pasa de moda. La obra nos muestra cómo el extremismo no llega de un día para otro, sino que se infiltra lentamente en la sociedad, normalizándose hasta volverse inevitable. Pequeñas acciones que vemos como favores en la obra se transforman en un círculo que nos va ahorcando con sus intransigencias e ideologías sin que nos demos cuenta que se está cerrando a nuestro alrededor de nuestros cuellos. Nos recuerda que la indiferencia política y social es peligrosa, que el entretenimiento sólo es refugio y que, aunque la música siga sonando, el mundo afuera no deja de cambiar… y no siempre para bien. En tiempos donde los discursos de odio alrededor del mundo vuelven a ganar terreno y la historia parece repetir sus peores capítulos, Cabaret no es solo un musical: es un grito disfrazado de espectáculo.

Uno de los aspectos más poderosos de Cabaret es su retrato de la comunidad LGBT en la Alemania de los años 30, un periodo en el que la libertad y la diversidad estaban floreciendo… antes de ser brutalmente perseguidas por el régimen nazi. En el Kit Kat Club, la sexualidad es fluida, el género es un espectáculo y el amor no sigue reglas. Personajes como el Maestro de Ceremonias desafían la norma con una identidad ambigua que, aunque festiva, es un desafío político en sí misma.
Aquí también Cabaret sigue siendo un reflejo de la realidad. En México, los avances en derechos LGBT han sido significativos, pero aún se enfrentan discursos de odio, violencia y la constante amenaza de retrocesos. La lucha por el matrimonio igualitario, el reconocimiento de las identidades trans y la erradicación de crímenes de odio sigue en marcha. El mismo dilema de la Alemania de los 30—¿aceptamos la diversidad o permitimos que el miedo y los prejuicios dicten las reglas?—sigue vigente. La opresión no surge de la nada; es el resultado de la indiferencia, de las concesiones pequeñas que se hacen en nombre del “orden”. Así que, aunque Cabaret nos invite a divertirnos y a olvidarnos por un rato del caos, también nos lanza un recordatorio incómodo: no podemos darnos el lujo de cerrar los ojos y bailar, y falta mucho camino por recorrer, tanto en eliminación de prejuicios como en derechos.
Ahora, Cabaret llega a México en 2025 con una producción espectacular, y también con ese mensaje que sigue siendo tan incómodo como en 1966 (y mucho más relevante de lo que nos gustaría admitir). Es un musical con vestuarios deslumbrantes y coreografías impactantes (por cierto, la coreografía es de Gabriela Aldaz Perroni, quien se aventó una secuencia encima de las sillas que está realmente fenomenal), pero también es un espejo. Porque la historia no avisa cuando está a punto de repetirse, solo cambia de disfraz.
Salí de Cabaret con la sensación de que el horror no aparece de golpe: se desliza poco a poco, disfrazado de promesas de orden y progreso, hasta que un día despiertas y ya no puedes cantar. Salí emocionado por ver que sigue existiendo teatro espectacular en mi querida Chilangolandia. Salí sobreexcitado por el susto que me dio uno de los actores (no recuerdo su nombre, pero empieza con E – ¡gracias por hacerme llorar y reír al mismo tiempo!!) al terminar el intermedio. Salí feliz por tres horas de diversión, música y baile de alta calidad. Salí lleno de amor por ir a cenar con mis caballos amigos al restaurante de enfrente donde hacen una excelente pasta parmesana y seguir creando memorias. Salí contento de haber disfrutado el show. Así que, mientras puedas, haz como yo y disfruta del show… pero no dejes de mirar a tu alrededor.
¡Nos vemos en el Kit Kat Club, donde todo es hermoso y los problemas se quedan afuera!