Hoy, 27 de febrero de 2025, amanecimos con la triste noticia del fallecimiento de Gene Hackman, quien, a sus 95 años, dejó este mundo en compañía de su esposa y su mascota, en su cama. Un ícono del cine desde los setenta, con varios Oscares a su nombre y algunos personajes que revolucionaron el arte de la actuación (como “Popeye” Doyle, Lex Luthor, Bill Daggert y el Agente Andeerson), desde el Establo le dedicamos este breve espacio que no es suficiente para el tamaño de su grandeza.

Querido Gene,
No estoy seguro de cómo empezar esto. Quizás con un áspero bufido nasal, una mirada fulminante o una frase cortante, o una sonrisa sarcástica mostrando todos los dientes, como las que solías lanzar en la pantalla grande y que nos dejaba a todos en silencio absoluto en nuestra butaca. Porque así eras tú: directo, imponente, sin adornos innecesarios, pero con un magnetismo que hacía imposible apartar la mirada.
Esta es una despedida extraña, pues siento que seguirás cerca de nosotros gracias a tu inigualable trabajo. Durante décadas, nos acostumbramos a verte como el tipo rudo, el hombre que no necesitaba elevar la voz para imponer respeto y admiración. Sin importar si interpretabas a un detective obsesivo, un villano con estilo o un sheriff despiadado, siempre nos hacías creer en cada personaje como si hubieras nacido para prestarle tu cuerpo y tu voz, dejando que fuera su espíritu quien tomaba posesión de ti para salir a la luz.
La verdad es que sí, naciste para la actuación.
Tu historia fue la de un rebelde que se negó a seguir el camino fácil. Tenías tan solo 16 cuando decidiste que el mundo era demasiado pequeño para ti y te enlistaste en la Marina. No quisiste ser el soldado modelo (no lo necesitabas), y a tu salida, no te detuviste. Recorriendo caminos inciertos, con más fracasos que certezas, llegaste a la actuación cuando muchos habrían tirado la toalla. No eras un galán de Hollywood, no tenías padrinos ni contactos. Solo tenías talento… y eso fue, en tu caso, más que suficiente.
Desde Bonnie and Clyde (1967), donde empezaste a mostrarle a Hollywood que estabas listo para grandes papeles, hasta The French Connection (1971), donde “Popeye” Doyle se convirtió en uno de los policías más icónicos del cine. No fuiste el héroe clásico, sino uno con defectos, con un carácter explosivo y una rudeza realista; un héroe humano. Luego, el maestro Coppola te dio la oportunidad de mostrar otra faceta en The Conversation (1974), con un personaje más introspectivo, más frágil… y le diste en el clavo.
Y cuando Hollywood pensó que ya te había encasillado, diste otra grata sorpresa. Convertiste a Lex Luthor en el villano más encantador del cine, robándole el protagonismo al mismísimo Superman con solo una sonrisa burlona y un plan descabellado montado en una escalera. No te bastaba con ser un tipo rudo, también podías ser divertido, irónico, un genio del crimen con sentido del humor. Muchos personajes malévolos, incluso de caricaturas, han seguido esa línea en su desarrollo e invención.

Pasaron los años y seguiste creciendo como leyenda del cine: Mississippi Burning (1988, mi favorita), Unforgiven (1992), The Royal Tenenbaums (2001)… cada papel, una nueva lección de actuación. Y luego, cuando muchos habrían intentado estirar su carrera con papeles mediocres, hiciste lo más difícil: retirarte a tiempo. Te fuiste sin alarde, sin buscar una última ovación, como un actor que entendía que su mejor acto era saber cuándo bajar el telón.
Si algo nos enseñaste, es que no solo eras un gran actor, sino también un hombre con carácter, disciplina y una vida más grande que sus películas. Cambiaste las luces de Hollywood por la paz de la escritura, demostrando que un hombre con talento no necesita un escenario para seguir creando.
Ahora, Gene, te nos vas, y con tu partida se cierra una era en el cine. Ya no veremos a otro como tú, porque los actores como tú no se fabrican, simplemente suceden. Imagino que, en este momento, estarás en algún rincón del más allá, con un vaso de whisky en la mano, mirando a tu alrededor con esa expresión estoica que solo tú podías hacer. Tal vez intercambiando anécdotas con Brando, riéndote con Paul Newman o esperando a Clint Eastwood para discutir sobre quién tuvo el mejor western.
Dejas un legado inmenso, pero también un vacío imposible. Gracias por cada mirada, cada pausa, cada palabra dicha con el peso preciso y la entonación exacta.
Nos vemos en la próxima escena, maestro.
Con admiración y una lágrima bien disimulada,
Un fan que siempre te recordará