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I´m Baaaaack!!!!

Ya. Por fin. Logré reunir las fuerzas suficientes despues de cinco años de sufrimiento. Los seres de luz me dieron la capacidad necesaria para poder dedicarles el tiempo que necesitan, ¡oh, queridos lectores!, y así comenzar a escribir algunas cosas de nuevo.

Han pasado tantas cosas desde la ultima vez que me comuniqué por este medio con ustedes. El Peje ya salió (sin hacer nada bueno y dejando un despapaye de economía), Trump viene de regreso, Kansas City es bicampeón y está buscando ser el primer tricampeón de la historía, el Aguila vuela alto con un gran tercer campeonato al hilo, el Azul sigue sin ganar (no cuento su “victoria” durante la pandemia), tenemos un nuevo can y dos roedores haciendonos compañía en el establo, y un sinfin de eventos adicionales. Pero creo que lo importante es a final de cuentas que seguimos vivos, y seguimos en contacto. Espero que este sea el primero de una nueva serie de escritos que reflejen mi sentir y pensar.

Chilangolandia sigue igual. El caos, el smog, los tamales oaxaqueños a la vuelta de la esquina y las marchas en Reforma son el pan de cada día. La ciudad late al ritmo frenético de sus millones de habitantes, cada uno con su propio drama, sus alegrías efímeras y sus eternas luchas. Pero, aunque parezca increíble, hay algo reconfortante en esa constante. Es como si, a pesar de todo, esta ciudad tuviera un alma inquebrantable, un corazón que sigue bombeando vida sin importar cuántos baches haya en el camino o cuántas líneas del metro estén fuera de servicio.

La eterna seño de las quecas

He visto crecer edificios donde antes solo había puestos de quesadillas. Vi desaparecer árboles que parecían eternos, reemplazados por concreto y promesas de “modernidad”. También fui testigo de pequeñas revoluciones cotidianas: la señora de las gorditas que ahora tiene un local propio, el vecino que por fin terminó de pagar su taxi, o el grupo de jóvenes que llenó de murales una calle olvidada. Chilangolandia sigue siendo ese eterno equilibrio entre lo terrible y lo maravilloso, entre lo absurdo y lo inspirador.

Y hablando de absurdos, no puedo evitar pensar en el contraste de cómo nuestras vidas personales avanzan con paso tambaleante mientras el mundo parece correr en círculos. ¿En qué momento dejamos de asombrarnos por lo extraordinario? ¿Cuándo decidimos que lo absurdo era la norma? Quizá lo hicimos para sobrevivir, para no volvernos locos en un país que parece haber perdido la brújula desde que ganó el Peje. O tal vez es solo una etapa, un bache existencial que tarde o temprano superaremos y saldremos de la 4T.

Por mi parte, quiero seguir escribiendo porque, en medio de todo este caos, me doy cuenta que encuentro en las palabras un refugio y que las necesito. Un espacio donde puedo ordenar mis pensamientos, construir mundos imaginarios o simplemente desahogarme. Escribir me recuerda que, a pesar de todo, todavía hay algo humano en nosotros. Algo que vale la pena preservar, explorar y compartir. Extrañé de manera sublime el escribir y me arrepiento ante ustedes de no haberme dado el tiempo de hacerlo.

Así que aquí estoy, de nuevo frente al teclado, con más ganas que certezas. ¿Qué me depara esta nueva etapa? No lo sé. Pero si algo he aprendido en estos años es que no importa cuánto planeemos, la vida siempre tiene sus propios giros inesperados. Por ahora, solo quiero disfrutar del viaje, y espero que ustedes, queridos lectores, me acompañen en esta aventura.

Seguiremos navegando juntos en este mar de palabras, buscando sentido en medio de la tormenta. Porque, al final del día, lo único que realmente nos queda es nuestra capacidad de contar historias, de escucharlas y de encontrar en ellas un pedacito de verdad.

 

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