
Si alguna vez has intentado hablar con un adolescente mientras está embobado en su celular, sabrás que es más fácil hacerle cosquillas a un cactus que captar su atención. Mis potrillos a veces están tan inmersos en la pantalla, viendo cualquier cosa, nada en particular, que hay que invocar a unos cuantos ángeles y santos antes de que volteen a verme con cara de “¿what?”, generalmente con la boca abierta y la mirada todavía perdida. Incluso, conozco a varios adultos contemporáneos, y uno que otro adulto mayor, que reaccionan de la misma manera.
Bueno, la ciencia tiene una explicación racional, basada en la observación y experimentación, y no, no es que sean groseros (bueno, no todos). Es que su cerebro está básicamente en una pachanga de dopamina, patrocinada por TikTok, Instagram y su fiel compañero, el algoritmo. Hay que recordar que la tecnología es solo tan buena como quien la utiliza.
Un estudio de Common Sense Media reveló que, en esta época de apocalipsis digital, el 84% de los adolescentes revisa su teléfono en cuanto despiertan – probablemente antes de recordar su propio nombre. El movimiento del brazo hacia el buró es ya un acto reflejo, sin control, así como lo era para mi hace muchos años apagar el despertador. Pero eso no es todo: pasan en promedio 7 horas y 22 minutos al día pegados a una pantalla (sin contar lo que usan para la escuela). Si el tiempo es dinero, estos adolescentes deberían ser accionistas mayoritarios de Meta o Google.
El problema no es solo la cantidad, sino lo que están consumiendo. Un estudio de la Universidad de Stanford encontró que los videos cortos afectan la capacidad de concentración, haciendo que leer un libro parezca un desafío tan grande como subir al Nevado de Toluca en chanclas en pleno invierno. Y aguas, porque otro estudio de la Royal Society for Public Health en el Reino Unido descubrió que Instagram y Snapchat están vinculados a mayores tasas de ansiedad y depresión. Básicamente, la vida real no tiene suficientes filtros ni edición para competir.
Además, un informe de Pew Research Center indica que el 59% de los adolescentes considera que dejar las redes sociales sería casi imposible para ellos, mientras que el 36% admite sentirse abrumado por la cantidad de contenido que consume diariamente. En otras palabras, están atrapados en un loop infinito de scroll, likes y notificaciones.
La dopamina, el químico del placer, se libera cada vez que un adolescente recibe un like, un comentario o encuentra un meme digno de compartir. Es el equivalente a recibir un premio cada cinco minutos. La bronca es que nuestro cerebro se acostumbra y necesita cada vez más estímulos. Por eso, un video de más de 15 segundos ya les parece un documental de tres horas.

El resultado, según los expertos, es que la capacidad de atención ha caído de 12 segundos en el año 2000 a 8 segundos en la actualidad, según este estudio de Microsoft. Sí, menos que un pez dorado (que se supone que tiene 9 segundos). Felicidades, Zuckerberg, has logrado que seamos superados por un animal que vive en una pecera. Pusiste el cerebro de una generación completa en modo Buffering.
Pero la cosa se pone más seria: un estudio publicado en JAMA Pediatrics encontró que los adolescentes que pasan más de tres horas al día en redes sociales tienen el doble de probabilidades de desarrollar síntomas de ansiedad y depresión. Mientras tanto, el 50% de los jóvenes encuestados por la American Psychological Association afirma que se sienten “enganchados” a sus dispositivos. Así que ya es momento de crear un grupo de ayuda que se llame algo así como “Instagrameros Anónimos” y reescribir un poco los doce pasos.
El uso excesivo de redes sociales no solo afecta la capacidad de atención, sino que también tiene un impacto directo en la salud mental. La comparación constante con vidas idealizadas en redes puede provocar sentimientos de insuficiencia y baja autoestima, incluso depresión aguda, causada en parte por envidia, en parte por anhelo. Este estudio de la Universidad de Pensilvania demostró que los adolescentes que redujeron su tiempo en redes a 30 minutos diarios reportaron una significativa disminución en síntomas de depresión y soledad.
El problema es que la dopamina generada por el uso excesivo de redes sociales actúa como una droga, creando dependencia y ansiedad cuando no se recibe el estímulo esperado. Esto puede traducirse en insomnio, irritabilidad y problemas de socialización en la vida real. La Asociación Americana de Psiquiatría advierte que el aumento de la depresión adolescente en la última década está directamente vinculado al auge de las plataformas digitales. Y la tecnología no solo es mucho mas accesible que las drogas o el alcohol o el cigarro, sino que además ya es parte de la vida diaria. Es como un mal necesario. Y si, lo digo yo que escribo por este medio para que me leas en una de esas pantallas.
Podríamos decir que la solución es simplemente reducir el tiempo en redes sociales, pero eso es como decirle a alguien que deje de respirar por unas horas. Los expertos sugieren estrategias como el “detox digital” (básicamente, apagar el celular y recordar que existen árboles) o imponer horarios sin pantallas.
Sin embargo, seamos realistas: ¿quién va a querer hacer eso cuando hay contenido nuevo cada tres segundos? Al final, la solución podría no ser eliminar las redes, sino usarlas con un poco de sentido común (y quizás aceptar que, si un pez dorado nos gana en capacidad de atención, algo estamos haciendo mal). La bronca es que la adolescencia se caracteriza en parte por tener justo una falta de sentido común.
También podrían implementarse regulaciones más estrictas para las redes sociales, como las que ya están considerando o implementando en la Unión Europea, enfocadas en limitar el acceso a menores de edad y reducir los algoritmos diseñados para maximizar el tiempo de uso. Empresas como Apple y Google han incorporado herramientas de “bienestar digital”, pero ¿realmente alguien usa esas funciones voluntariamente? Y los que las usan, ¿cuánto tiempo duran usándolas?

En varios países ya se han implementado iniciativas gubernamentales para frenar los efectos negativos de las redes sociales en adolescentes. Por ejemplo, España ha prohibido el uso de teléfonos móviles en las escuelas para mejorar la convivencia y reducir el ciberacoso, mientras que Australia ha impuesto restricciones de edad para acceder a ciertas plataformas (cosa que es muy fácil brincarse porque ninguna nos pide ni INE ni pasaporte). En Estados Unidos, Nueva York ha aprobado leyes que regulan los algoritmos y protegen los datos de menores, y en Argentina se ha desarrollado el programa “Con Vos en la Web” para fomentar un uso responsable de la tecnología. Además, algunos municipios, como Faraján en España, han implementado servicios de apoyo psicológico para abordar los problemas derivados del abuso digital. Sin embargo, la gran pregunta sigue siendo si estas medidas serán suficientes para cambiar los hábitos de una generación criada entre pantallas. En Querétaro, el gobernador Mauricio Kuri propuso hace unos días la “Ley Kuri”, que busca regular el uso de celulares y redes sociales en menores de edad con el fin de protegerlos de la violencia digital y el acoso escolar, opinando que “el problema no es ponerles la pantalla a sus hijos sino cómo se los vamos a quitar.”
Dentro de casa, hay varias cosas que los padres podemos hacer para ayudar a nuestros hijos a reducir su adicción a las redes sin transformar el hogar en un campo de batalla:
1. Establecer “Zonas y Horarios Libres de Pantallas”: Define lugares en casa donde los celulares, tablets, compus, etc. estén prohibidos (como el comedor o las recámaras por la noche). También puedes fijar horarios sin pantallas, como un “digital detox,” pero para toda la familia. Enséñales cómo el uso excesivo de redes afecta la salud mental y la concentración, y así puede que sean más conscientes de su consumo. Con mayor información, mejores decisiones.
2. Fomentar Actividades Offline: El aburrimiento es uno de los grandes culpables del uso excesivo de redes. Anima a tus hijos a practicar deportes, tocar un instrumento, pintar, leer o participar en actividades al aire libre para reducir el tiempo frente a la pantalla. Establecer desafíos en familia como “un día sin redes” o “quién usa menos el teléfono” con pequeñas recompensas puede motivar a los adolescentes sin que sientan que están siendo castigados y promueve la convivencia.
3. Predicar con el Ejemplo: Si los padres estamos pegados al celular todo el día, los adolescentes harán lo mismo. Reducir tu propio uso de redes sociales es clave para que ellos hagan lo mismo. Tambien, en lugar de prohibir el teléfono, hay que animarnos a usarlo para aprender algo nuevo: cursos en línea, podcasts educativos, aprender a programar o incluso crear contenido propio con un propósito positivo. El celular es una gran herramienta con mucho mas funcionalidades que TikTok.
4. Regular el Acceso a Internet: Usar aplicaciones de control parental (hay muchas, yo uso Deco) o simplemente apagar el WiFi en ciertos horarios (por ejemplo, durante la noche) puede ayudar a limitar el tiempo de uso sin ser invasivo. El uso excesivo de pantallas antes de dormir afecta la calidad del sueño. Establecer una regla de “no pantallas una hora antes de dormir” puede mejorar su descanso y reducir el tiempo en redes. ¡Y aplica para todas las edades! Recordemos a que huelen los libros, ¿no?
5. Enseñar a Gestionar el Tiempo en Redes: En lugar de prohibirlas, ayuda a tus hijos a usarlas con conciencia. Hablen sobre cuánto tiempo es razonable dedicarles y usa herramientas como temporizadores o funciones de bienestar digital en el celular. No se trata de imponer reglas arbitrarias, sino de encontrar un balance. A negociar pues. Seguro encuentran un plan que funcione para todos de común acuerdo.
Mientras tanto, si tu adolescente te ignora porque está viendo TikTok, no lo tomes personal. Simplemente, su cerebro está en modo avión, o imitando a un huevo estrellado, y la única forma de llamar su atención tal vez sea convertirte en un influencer viral. Mejor sácalo a pasear el fin de semana a donde no haya señal.