¡Ah, la NFL! Ese mundo donde un pase a la zona de anotación puede significar tanto como un buen meme en Twitter, y donde lo inesperado es el plato fuerte. Ese microcosmos de drama, emoción, y, de vez en cuando, un toque de política que podría rivalizar con cualquier reality show. ¿Quién iba a decir que el regreso de Trump a la Casa Blanca podría encender la chispa de una nueva temporada de “NFL vs. Política”? En este momento, el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca están generando olas en todo el espectro político, pero también podrían alcanzar el campo de juego. ¿Cómo? Bueno, si el equipo campeón del Super Bowl de este año decide no aceptar la tradicional invitación presidencial, podríamos estar frente a otro episodio épico del siempre controvertido cruce entre deporte y política en Estados Unidos.

Pongamos un escenario hipotético, pero no imposible: el equipo de Washington, la capital del país, gana el Super Bowl (sí, una posibilidad remota, pero no más loca que algunas jugadas de Hail Mary que hemos visto). Ahora imagina que deciden declinar la invitación de Trump para asistir a la ceremonia en la Casa Blanca. ¿Qué haría el expresidente en respuesta? Bueno, si su historial es una guía, podríamos esperar de todo, desde un discurso de unidad estratégicamente redactado hasta una tormenta de publicaciones en redes sociales llenas de signos de exclamación, mayúsculas y algún que otro apodo despectivo de esos que le encantan y utilizó en frecuentes ocasiones incluso estando envestido con la banda presidencial gringa.
Esto no sería algo nuevo. Durante su mandato anterior, Trump ya tuvo encontronazos con equipos campeones de diversas ligas deportivas, y la NFL no fue la excepción. ¿Se acuerdan del caso de los Philadelphia Eagles en 2018? Después de ganar el Super Bowl LII, la mayoría de los jugadores del equipo expresó su descontento con las políticas y declaraciones del presidente, lo que llevó a una masiva negativa a asistir a la ceremonia en la Casa Blanca. ¿Qué hizo Trump? Canceló el evento, por supuesto, y lo justificó diciendo que las Águilas “no cumplían con los estándares patrióticos”, refiriéndose específicamente a las protestas durante el himno nacional. El drama fue tan intenso que dividió a los aficionados: unos apoyaban al equipo por mantenerse firmes en sus convicciones, mientras que otros criticaban su decisión como “falta de respeto” al país y a la institución presidencial.
Pero la cosa no queda ahí. Esta clase de tensiones no son solo anecdóticas; tienen implicaciones económicas. Según Forbes, la NFL genera más de $18 mil millones al año (!!!!!), gran parte de los cuales provienen de contratos de televisión, patrocinios y venta de boletos. En 2017, cuando Trump criticó abiertamente las protestas de los jugadores durante el himno, las calificaciones de la liga en televisión sufrieron un golpe significativo. Aunque la caída fue temporal, demostró que las controversias políticas pueden tener un impacto directo en el negocio. Si un equipo campeón decide rechazar la invitación presidencial, especialmente en un momento tan polarizado como este, no sería descabellado pensar que algunos patrocinadores o incluso aficionados podrían reconsiderar su apoyo, dependiendo de cómo interpreten el gesto.

Y luego está el componente racial, una pieza clave en esta intrincada trama. Según datos del Sports Business Journal, el 68% de los jugadores de la NFL son afroamericanos. Este grupo demográfico ha sido históricamente vocal en temas de justicia social, especialmente en años recientes, con movimientos como Black Lives Matter tomando protagonismo. La postura de Trump hacia estos movimientos ha sido, por decirlo de forma diplomática, controversial. Desde llamar a los jugadores que protestaban durante el himno “sons of bitches” hasta minimizar las preocupaciones sobre la brutalidad policial, su relación con la comunidad afroamericana en la NFL ha sido al menos tensa (como con todas las minorías). Esto significa que cualquier equipo que contemple asistir a la Casa Blanca bajo su administración tendría que navegar un delicado equilibrio entre sus valores internos, las posturas individuales de sus jugadores y las expectativas de su base de fanáticos.
Ahora, si el campeón de este año fuera Washington, la situación se pondría aún más interesante. Como equipo de la capital, su relación con la Casa Blanca tiene un peso simbólico mayor que la de cualquier otro equipo. Una negativa a asistir podría interpretarse como un acto de protesta directa hacia la administración, algo que seguramente no pasaría desapercibido. Por otro lado, aceptar la invitación podría ser visto como una traición por parte de los jugadores y fanáticos que no están de acuerdo con las políticas o la retórica de Trump. Es una encrucijada que podría dejar cicatrices profundas en la relación entre el equipo y su comunidad.
Y no olvidemos a Trump. Si algo sabemos de él es que no toma bien los desplantes, especialmente los públicos. En su mandato anterior, utilizó plataformas como Twitter (y ahora Truth Social) para atacar directamente a jugadores, equipos e incluso ligas enteras. Estas críticas, a menudo cargadas de sarcasmo y desprecio, no solo generaron titulares, sino que también avivaron las divisiones entre los fans. En 2017, cuando las protestas durante el himno estaban en su apogeo, Trump metichemente instó a los propietarios de los equipos a despedir a los jugadores que se arrodillaran. Este comentario no solo polarizó aún más el debate, sino que también provocó reacciones masivas dentro y fuera de la liga.
Por otro lado, Trump también es un maestro en aprovechar estas situaciones para reforzar su narrativa política. Si un equipo como Washington rechazara su invitación, podría darle la vuelta y presentarlo como un ataque contra su visión de “America First”. Incluso podría usar el momento para galvanizar a su base de seguidores, presentándose como el presidente incomprendido que lucha contra las “élites” y “los irrespetuosos”.

En resumen, si un equipo campeón decide no asistir a la Casa Blanca, especialmente con Trump en el poder, las implicaciones serían tanto deportivas como políticas y económicas. Por un lado, sería un reflejo de las divisiones en el país, con el deporte actuando como un espejo de las tensiones más amplias en la sociedad. Por otro, podría desatar una serie de consecuencias que impactarían desde las relaciones entre jugadores y equipos hasta las decisiones de patrocinadores y die hard fans. Lo único seguro es que, como siempre en la NFL, lo inesperado es la norma, y cada jugada, tanto dentro como fuera del emparrilado, tiene el potencial de cambiar el juego. ¡NFL, nunca cambies! 🏈