Cultura Chilanga Dominical: El Castillo y Los Panchos

Cultura Chilanga Dominical: El Castillo y Los Panchos

Desde hace tiempo, mi yegua amada tuvo la gran idea de aprovechar los fines de semana. No viendo partidos absurdos de fútbol, como el Atlas vs. Cruz Azul (me sorprende que los aficionados cementeros sigan creyendo que algún día van a ganar otro título), o encerrándonos en algún centro comercial a gastar dinero en cosas que no necesitamos, sino aprovecharlos en algo que les (nos) deje algún aprendizaje importante a los potrillos. Desde ese momento, tratamos de elegir algo que hacer que valga la pena, dentro de nuestra fabulosa Chilangolandia. Hay mil cosas que hacer en esta ciudad, y la mayoría de los chilangos nos movemos toda nuestra vida sin darnos cuenta del bagaje cultural que existe, de la fortuna que tenemos de vivir en una ciudad llena de historia, cultura, arte, diversidad y creatividad. ¿Sabían ustedes, por ejemplo, que la Ciudad de México tiene 141 museos registrados en Conaculta, y es la ciudad con más museos del mundo? ¡Por encima de París, Niullor, Londres, o cualquier otra!Desde entonces, tratamos de ir en los fines de semana a alguno de ellos.Esta semana, el elegido fue el Castillo de Chapultepec. Así que, el sábado, temprano obviamente, nos levantamos a pesar de la desvelada de una cena la noche anterior. Baño rápido (primero uno y luego el otro), desayunito express, pasamos por los potrillos que se habían quedado a dormir con su abuela (ella nos acompañó también), y nos dirigimos rumbo a Chapultepec para pasar un buen rato enseñando a los niños algo de historia local.Cuarenta minutos después de formarnos en la cola para estacionar la calandria, logramos entrar al

ambulantes chapultepec
¿Como olvidar el chicharrón con todo?

estacionamiento. Y empezó el folklor mexicano. Por todos lados, puestos ambulantes (espero con licencia) ofreciendo las papitas, el chesco, la máscara del Santo, el Cavernario, Blue Demon y el Bull Dog, dulces mexicanos de dudoza procedencia, y las tradicionales Tortas de a Peso (que ahora cuetan diez varitos). Nos animamos a comprar unas papas y una botella de agua que al parecer estaba previamente abierta, pasamos a un costado del Altar a la Patria, y continuamos nuestro camino.
Primer parada, el cordón del filtro policíaco. “La comida no pasa seño”, y pues a tirar las papas y el agua. ¿Porque no ponen letreros desde antes? Y mas cuando dicho cordón está en la parte baja del Cerro del Chapulín. ¡Todavía faltaban ochocientos metros de subida para llegar a la entrada! A uno le puede dar un infarto por deshidratación en la escalada y, sin agua, pues se pone complicado el asunto, ¿no? Mas cuando se está por ahi de los 30*C y a pleno rayo de sol.Pero en fin, todo sea por los chamacos. Subimos los ochocientos metros, que la verdad están muy bien cuidados, y todo el camino está lleno de bellezas: el paisaje del Bosque de Chapultetrepo abajo, con la ciudad entera de fondo en un día sin esmog; la pileta con el águila devorando a una serpiente; y la estatua de Morelos que no viene al caso ahí pero está preciosa. Al terminar la subida, se despliega un espectáculo de organización chilanga, que demuestra de lo que somos capaces. Toda la gente, con excepción de “los menores de trece años,  los bebés (¿no es redundante??), las gentes con capacidades diferentes, los profesores con credencial vigente, y los adultos mayores con credencial” pasan directo a la entrada (segundo cordón), mientras que todos los demás, sin ton ni son ni quejas, se forman en el costado derecho de manera ordenada para esperar su turno en una de las dos cajas y pagar su boleto. $70 pesitos que se ve que son bien aprovechados, porque el lugar está en perfectas condiciones. 

Fuente del Chapulín
Fuente del Chapulín

Terminada la compra, se acerca uno a las grandes rejas que son muestra del esplendor que debe tener un castillo. De hierro forjado negro, estilo ecléctico, contrastantes con la arquitectura neoclásica de parte del mismo castillo, se imponen al transeúnte al entrar. Una vez adentro, se puede apreciar el Castillo en todo su esplendor. Desde las almerías, hasta la terraza con sus ventanales que muestran unos vitrales preciosos, llaman la atención del turísta. La cantera en perfecto estado, y los alrededores, desde la Fuente del Chapulín hasta el Patio de Armas, valen la pena.

Siqueiros: Detalle
Siqueiros: Detalle

Adentro, un lado del Castillo tiene exposiciones muy interesantes. Les recomiendo ampliamente el mural de Siqueiros, titulado “La Revolución contra la Dictadura Porfirista”, el cual es una obra de arte de proporciones esplendorosas, 419 metros cuadrados, que retrata de manera muy entendible ese capitulo de la Historia de México. Hasta un niño le entiende, me consta.Del otro lado, y entrando por la Almería, empieza un recorrido muy bien armado, que comienza con una muestra de tres carruajes de la época de Maximiliano, y termina con la visita a los aposentos de Porfirio, en la azotea del Castillo. Rodeados de un jardín increíblemente bien cuidado, se pueden apreciar los muebles tal y como eran en esa época. Originales la mayoría incluso, si no es que todos, llama la atención el tamaño de las camas. De dimensiones pequeñas en comparación a hoy, yo creo que Don Porfirio dormía en diagonal, pues no hay forma que un adulto entre cómodamente en un colchón de ese tamaño.Al final del recorrido, se pueden ver retratos de muchos de los presidentes que hemos tenido a lo largo del último siglo, así como las habitaciones, baños, estudios, y demás lugares en donde, sin duda, se tomaron decisiones importantes para nuestro país. Si se animan a visitar este museo, les recomiendo terminar con una comidita en buen lugar típico de la zona. En nuestro caso, nos animamos a ir a una excelente taquería: Los Panchos. 

Ubicada en la calle de Tolstoi, con una tradición que data desde 1945, a unos diez minutos del Castillo, tienen unos tacos de carnitas y unas petroleras que hasta a los caballos nos saliva la boca solo de pensarlos. El mole no está nada mal, aunque algo picoso, y para los niños, con una milanesa empanizada cada dos escuincles es suficiente, y hasta sobra. El tamaño de las milanesas es de altas dimensiones, ¡¡lo contrario a la cama de Don Porfirio!! Las zanahorias de las rajas están sabrosas, con su sal y limón, y tienen una salsa negra de no-se-qué que es solo para mexicanos, pues estoy seguro que cualquier extranjero, después de la enchilada que se pondría, iría al baño de pescado. Esos taquitos, las quesadillas de algún queso extraño pero increíblemente sabroso, las cervezas típicas mexicanas, el agüita de horchata, y un digestivo a buen precio para terminar (les recomiendo el anís campechano con moscas), hacen que el recorrido del Castillo de Chapultepec sea una experiencia inolvidable.Felicidades a Conaculta por mantener en excelente estado un monumento a la historia de nuestro país. ¡Que sigan así!!

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